Caminás por la calle. Observás detenidamente que mucha gente tiene reloj. ¿Será lindo tener un reloj? Lo debe ser. Ahora, vos también querés tener un reloj. Empezás a buscar en las relojerías. ¡Qué manera de haber relojes! Relojes negros, plateados, blancos. Relojes a aguja y digitales. Relojes caros y baratos. ¡Cuánta variedad! Viste varios que más o menos te gustaron, pero vos no querés un reloj cualquiera; querés un reloj que al verlo pienses "ese tiene que ser mi reloj". Entonces, ansioso, te quedás a la espera de tu reloj. De un día para el otro, las vueltas de la vida te llevan a encontrarte con lo que estabas buscando, o a lo mejor ya no estabas buscando, pero lo encontrás igual y sabés que inconscientemente nunca lo habías dejado de buscar. Es perfecto; y lo mejor es que realmente querés que ese sea tu reloj. Analizás el precio, ¿te lo podés permitir? Hacés el esfuerzo de todas formas. Si tenés suerte, podés comprarlo. Apenas salís del negocio te lo ponés en la mano izquierda. O derecha. ¿Quién es el que decide en qué mano se usan los relojes? Vos lo hacés a tu manera. Qué lindo es tu reloj. Al principio, su uso te genera un poco de incomodidad. Pero qué lindo es tu reloj. No podés sacarle los ojos de encima. ¡Qué feliz estás!
Los segundos, minutos, horas, días, pasan en tu muñeca. Te acostumbrás a tu reloj. ¿Es lindo? Parece que sí. Ya no estás muy seguro si te parece la gran cosa. Pero es tu reloj. Tiene sus rayones. ¡Qué dolor que causaron esas rayas! Pero sobrevivió. En un momento te molestaron, pero ya no las notás.
Un día se rompe tu reloj. ¡Ya no sirve! Lo llevás a arreglar. Qué raro se siente no tenerlo puesto, ¿no? Sentís un cosquilleo en la muñeca, allí donde tendría que lucirse esplendoroso tu indicador de la hora. ¡Cuánto lo extrañas! Ya está un poco maltrecho, pasó de moda, pero es tu reloj. Qué felicidad te da ir a buscarlo. Pocas cosas son tan emotivas como el reencuentro entre tu muñeca y su protector reloj. Él la proteje, de la suciedad, del sol, del paso inadvertido del tiempo; o mejor dicho, tu reloj hace que tu muñeca le de importancia al tiempo, y que éste no pase porque sí.
Día fatal. Perdés a tu reloj. O se rompe y ya no puede arreglarse. Esta vez el picazón de la muñeca no va a poder aliviarse, porque tu reloj ya no va a volver a enrollarse en ella. Y es incómodo, porque tratás de no pensar en que ya no tenés tu reloj, pero el cosquilleo sigue allí, presente. Sólo con el fluir de la vida el malestar va disminuyendo, poco a poco, aunque no haya momento en que mires tu muñeca y no te imagines a tu reloj informándote la hora, el minuto y el segundo. No hay momento, en el silencio de la noche, en que te acuestes con la mano cerca de tu rostro y no te imagines el tic tac de tu reloj recordándote que el tiempo sigue transcurriendo, que seguís viviendo.
Podés dejar la muñeca libre. O usar pulseras. O comprarte otro reloj. Quizá este también sea tu reloj, pero no se comparará a tu anterior reloj. No en un sentido despectivo, sino simplementé calzará diferente. Porque el uso de relojes es así; podés usar muchos distintos, hasta que pierdas uno que te quite las ganas de volver a usar otro; o podés usar muchos relojes, hasta que encuentres uno que te acompañe adentro de la madera que te lleve a la eternidad, y el reloj seguirá allí, en tu muñeca, hasta que ésta ya no sea muñeca.
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