Llovía a cántaros. Samuel se acomodó la capucha para que no se mojase tanto el pelo ni los auriculares del Ipod. El frío le congelaba las venas. No podía creer que a principios de Marzo el clima fuera tan desastroso. Llegó a su casa y se metió rápidamente. Una vez dentro, se encontró con ese ambiente ''nariz parada'' que tanto odiaba. Sí, Samuel era rico. Muy. Demasiado. Y sus padres eran asquerosamente fifís. Tanto que le habían puesto Samuel de nombre para poder decirle Sam, como si fueran yankees que vivían en Beverly Hills o algo así. Obviamente él detestaba eso. De hecho, aceptaba las comodidades con las que vivía y amaba viajar, pero por el resto odiaba la vida de millonario. Odiaba a sus estúpidos compañeros de escuela privada, odiaba a las patéticas amigas de su madre, a los ridículos viejos soberbios que eran colegas de su padre... Nunca había sido feliz a pesar de tener todo. Su relación con sus padres era prácticamente nula, éstos solo se aseguraban de que Samuel honrara a la familia y el resto, es decir, las verdaderas obligaciones de ser padres, las cubrían con dinero. Sam quería pasar un rato con su familia, y a cambio recibía dinero para ir a comprarse ropa. Tenía una discusión con su padre, y para que lo perdonara recibía un auto. Y así. No hace falta aclarar que de esa manera sólo lograban que su hijo los odiara más. Si existía alguien o algo que hiciera que la vida de Sam no fuera un calvario, aquellos eran Tomás y Maxi, su hermano y su perro (como se habrán imaginado, para los padres de Samuel eran Tom y Max). Ellos ayudaban a que su vida no diera tanto asco como en realidad lo hacía. Sin embargo, la escasa felicidad que habitaba en el corazón de Sam se había evaporado un año atrás. La empresa de su padre había comenzado a andar mal por lo que éste llegaba todos los días malhumorado a casa. Así comenzaron las peleas con su madre, que terminaron en golpizas. Y de esta manera Tomi había entrado al camino de las drogas. Y así fue como la muerte le había quitado a Sam lo más importante de su miserable existencia. Su padre se volvió alcohólico y su madre los abandonó a los dos meses de la muerte de Tomás. Ya no existían días soleados para Samuel, ya que su corazón se veía envuelto por nubes grises.
De repente, un sonido extraño sacó al joven de sus pensamientos. Parecía un llanto ahogado. Un llanto de perro. El alma se le cayó a los pies.
Comenzó a correr por toda la casa. Sintió otra vez el llanto. Parecía venir del living. Corrió hacia la puerta y la abrió de un tirón.
- Maxi -dijo con la voz entrecortada. Su padre se hallaba tirado en el sillón, al frente de la chimenea, borracho obviamente. Una fogata iluminaba la sala. Algo brillaba con luz plateada en manos de su padre. Una pistola.
- ¡PAPÁ! PAPÁ, ¿QUÉ CARAJO HICISTE? - le gritó, y se tiró para abrazar a su perro.
- Hijo, disculpame, pero me había cansado... No te esfuerces, el tiro se lo pegué antes de que llegaras así que ya se debe estar por morir...
Y se empezó a reír. La furia creció en el pecho de Sam. Se paró, se acercó a su padre y le pegó en la cara. Sangre saltó de su nariz. Perfecto, a lo mejor se la había roto.
- ¿ESTÁS LOCO? ¡LO MATASTE! Tomi se murió por tu culpa, mamá se fue por tu culpa, mataste al único miembro de la familia que me quedaba, ¿y para colmo te me reís en la cara? Esto es mucho, viejo. Me voy de casa. No te molestes en buscarme.
Salió de la habitación y se dirigió al cuarto de su padre. Abrió la caja fuerte y le sacó todo el dinero. Tomó sus documentos, un par de ropas y metió todo en la mochila. Bajó corriendo las escaleras y se fue. Afuera, en la lluvia, pudo sentir a su padre llamándolo a gritos desde el living. No le importó.
Sam lloró durante todo el viaje. No le importaba qué podía llegar a pensar el hombre que viajaba a su lado. Había tratado de ser fuerte, pero ya no podía más. No había muchas vueltas que darle, estaba solo. Su vida era una mierda. Lo único que agradecía era tener los 18 ya cumplidos, lo que le permitía salir del país sin permiso.
El vuelo a Londres fue bastante largo, por lo que Sam se podría haber echado una siesta, pero había una voz que constantemente lo torturaba recordándole sus desgracias y le impedía dormir. Lo único que él quería era callar esa voz. Eso y aliviar el dolor que le apretaba el corazón.
Casi como un zombie, caminando sin darse cuenta a dónde se dirigía, se encontró en el metro de Londres. Supuso que tenía sólo un destino en mente. Se sentó en el primer asiento que encontró, mientras sonaban las alarmas del tren, se escuchaba la famosa frase ''Mind the gap...'', luego ''Doors closing'' y el estrépito con el que las puertas se cerraban. El tren arrancó.
Samuel tenía prácticamente la mente en blanco, iba simplemente sentado en el metro sin pensar en nada. Ni siquiera se dio cuenta que una chica se había sentado a su lado luego de la segunda parada hasta que sintió que le hablaban.
- ¿Estás bien? Parecés un zombie- dijo una voz dulce con un acento inglés muy marcado.
Sam se giró. Él entendía perfectamente lo que le decían, ya que sabía inglés debido a su escuela bilingüe y sus viajes hechos.
- Digamos que así es exactamente como me siento.
La chica rió. Su sonrisa era sorprendentemente blanca, aunque parecía amarga. Era muy linda. Era de unos 17, rubia y de ojos grises. Si Sam hubiera tenido el corazón en alguna parte, hubiera estado latiendo con fuerza. Pero ya ni siquiera sabía si podía sentir algo.
- Uh, que feo. ¿Se puede saber qué anda pasando?
El estómago de Sam se revolvió. Sentía como el poco color que tenía estaba abandonando su cara. Los recuerdos nuevamente llenaron su mente. Y, otra vez como si fuera un zombie, lo largó.
- Soy un maldito millonario que no tiene amigos; mi hermano se murió hace un año por culpa de las drogas, mi madre me abandonó, y mi perro fue asesinado por mi padre alcohólico. Digamos que soy un chico de 18 años que anda solo por el mundo, sin familia ni amigos. Sin nadie que se preocupe por mí. Eso, básicamente.
La chica no se inmutó. - Supongo que lo siento. ¿Cómo te llamás?- le preguntó.
- Sam, ¿vos?
- Sophie.
- Lindo nombre - respondió, inexpresivo.
- Gracias. ¿Y ahora a dónde vas?
- ¿Me creés si te digo que pienso suicidarme?- era simple, no le encontraba otra solución al dolor.
- Lamentablemente, sí.
Su respuesta sorprendió a Samuel. - ¿No pensás frenarme o algo?
Ella suspiró. - No, no suelo meterme en la vida de los demás. Además, vos tenés motivos. Seguramente después de esta vida te espera algo mejor.
Sam estaba completamente incrédulo. Se esperaba que le dijeran muchas cosas pero no eso. La ''mujer del metro'', como le gustaba llamarla, anunciaba la próxima parada.
- Creo que ésta es la mía.- dijo, y se paró.
Se acercó a las puertas. Cuando estaba por salir, sintió que Sophie lo llamaba.
- Ey, Sam. Al final de todos los túneles siempre está la luz, ¿sabés?
Sam no supo qué quiso decir con eso así que asintió y salió del tren.
Londres era su lugar favorito en el mundo. De todos los lugares que había conocido, ése era el mejor. Tenía algo que le fascinaba, y no sabía decir bien qué era eso. Cuando salió finalmente del metro, subió una escalera y se encontró con la Torre de Londres. Su destino estaba justo detrás. Caminó un rato y finalmente se encontró parado en el Puente de Londres, uno de los símbolos de la ciudad. Había comenzado a llover. Qué raro.
Se acercó lentamente al borde. El Támesis lo esperaba debajo. Siempre había dicho que cuando muriera quería que lo cremaran y esparcieran sus cenizas por toda la ciudad, pero parecía que iba a tener que conformarse con hundirse en las aguas de ese río tan famoso. Se trepó a la baranda. Cerró los ojos. La lluvia le golpeaba la cara.
- ¡SAM!
Abrió los ojos nuevamente. Sophie se acercaba corriendo por su derecha. Se frenó a unos pasos de él.
- Sam, por favor, por favor, no te tires- dijo con la voz entrecortada por la agitación.
- Sophie, ¿qué hacés acá?
- En serio Sam, ¡no te tires! No tiene sentido.
- ¿Qué decís? ¿Qué no tiene sentido? Menos sentido tiene vivir en un mundo tan grande solo, sin nadie que te cuide, que te ame, sin nadie que vaya a llorar tu muerte...
- Sam, en serio, por favor. No lo hagas. Por mí. Yo voy a llorar tu muerte. Si vos te tirás, yo también lo hago.- y se trepó a la baranda.
- Sophie, bajate ya.
- En serio, ¡eh! En serio, te juro que mi vida también da asco, es más, también pensaba suicidarme... Pero después de hablar con vos me di cuenta de que mis problemas son estupideces al lado de los tuyos, de los cuales no tiene sentido amargarse; y de que tanto yo como vos nos merecemos vivir más allá de los problemas que tengamos, porque por lo poco que te conozco, siento que vos vales mucho Sam, nada más que tuviste mala suerte en la vida. Eso no quiere decir que tengas que terminarla. Al final de todos los túneles está la luz, Sam. Éste es tu túnel. Tenés que seguir hasta que encuentres la luz.
Sam ya había vuelto a pararse en el puente, y se acercaba lentamente a la chica que tenía frente a él. Sus ojos eran como los de la tormenta que en ese momento los estaba empapando.
- Vamos Sophie, dame la mano.
- Prometeme que vas a seguir hasta que encuentres la luz.
- No puedo prometerte nada...
- Entonces salto - la verdad se leía en sus ojos - Vamos, ¡prometelo!
Sam se quedó callado, con su mano extendida. Y Sophie se soltó.
- ¡Sophie!
Corrió el corto trecho que le quedaba y se estiró. Gracias a los dioses logró agarrarla. Luego de forcejear un rato, pudo subirla. Los dos cayeron hacia atrás, juntos. La boca de Sophie estaba a milímetros de la de Sam. Su respiración agitada lo inundaba. Ahora sí que le latía el corazón.
- ¿Me lo prometés? - le susurró.
- No tengo que seguir por el túnel, Sophie. Ya llegué a la luz.
Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaai estoy lloraaaando!
ResponderEliminarQué hermosa historia Nicolaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas.. te odio..