miércoles, 17 de julio de 2013
Hay momentos intensos, en los que te dan ganas de tomar un cuaderno y una lapicera y derramar la impresión que inunda tu cuerpo en ese instante. Momentos en los que la necesidad de plasmar cuanta idea cruza tu cabeza se torna verdaderamente poderosa. Volcar tu personalidad en palabras, para que después quizás ni siquiera sean leídas, pero que decoren junto a los manchones de lapicera una hoja de papel. Por vagancia, decís, ''después lo escribo''. Y luego te sentás frente a tu computadora, dispuesto a cumplir con tu promesa. Sin embargo, la adrenalina ya te abandonó, y escribir sobre aquello que habías prometido, ya perdió sentido. Es algo absurdo, no tiene gracia. ¿Acaso esos fogonazos ocasionales son propios de un escritor? Ojalá. Y cuánta certeza la del popular dicho ''No dejes para mañana lo que puedes hacer escribir hoy''.
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