Sonó el despertador. Mateo lo apagó con los ojos cerrados. Pensaba en seguir durmiendo pero se tenía que levantar a estudiar. De tantas cosas por hacer, el día anterior no había podido tocar nada de Filosofía y ese día tenían prueba. Y Filosofía no era una materia para llevarse. Abrió los ojos. El reloj marcaba las 5. Se levantó pachorrosamente y se fue a la cocina a estudiar.
A las 5.45 ya consideraba que sabía bastante bien todo, por lo que decidió echarse una mini siesta antes de ir al cole, total tenía tiempo. El sueño lo estaba matando.
* * *
-Che, Mate, ¿te quedaste dormido? ¡Levantate que tenés que ir al cole!
Mateo se levantó de un salto. Miró el reloj. 7.30. ¡Mierda! Siempre se quedaba dormido. Se levantó lo más rápido que pudo, se vistió así nomás, agarró un bizcocho que encontró en la alacena y salió corriendo camino a la escuela. Obviamente, llegó tarde. Sus faltas se habían acumulado y una reincorporación se asomaba lentamente. Entró al aula, pidió permiso y se fue a sentar.
Era una mañana común y corriente, nada más que tenía la adrenalina de la prueba de Filosofía. En todos los recreos se sentaba en el pasillo a repasar. ''Ojalá que no me toque la prueba más difícil'' pensaba, ya que debido a su mala suerte era mucho pedir que le tocara la fácil. Ah sí, el profesor hacía algunas pruebas iguales para los chicos, y también hacía una prueba más difícil y otra más fácil, para agregarle interés al proceso evaluativo.
Llegó la última hora, y con ella el terror de los alumnos de sexto. La prueba. Se sentaron todos separados en la galería del colegio y el profesor fue repartiendo una a una las pruebas a sus alumnos. Cuando llegó al lado de Mateo, se frenó un rato y le entregó la fotocopia con una media sonrisa. Mateo, imaginándose el motivo de esa sonrisa, tomó la hoja con las manos temblorosas y leyó. ''Evaluación parcial de Filosofía. Tema: VAS A PARIR CHANCHITOS''. A Mateo se le cayó el alma a los pies. Definitivamente tenía mala suerte, mucha mala suerte. Se puso a leer las consignas y empezó a trabajar. A los 10 minutos, Francisco, el idiota ricachón del curso se levantó con aire importante y fue lentamente a darle la prueba al profe. Seguramente había pagado para que le toque la más fácil.
Al fin y al cabo le fue bastante bien, había estudiado mucho. Siempre lo hacía, porque quería conseguir de esta forma el futuro que a sus padres les costaba brindarle.
Ese día salió a las 12. Apurado, corrió al super a comprar ingredientes para cocinarle algo a sus hermanos ya que sus padres trabajaban hasta tarde. Llegó a su casa a eso de las 12.50, y rápidamente cocinó unas milanesas para que sus hermanos se pudieran marchar al colegio.
Una vez que sus hermanos partieron, Mateo se cambió de ropas y se dirigió a la obra en construcción en la cual estaba trabajando como albañil para reunir fondos para ir a la Universidad al año siguiente. Terminó a eso de las 5, volvió a su casa a bañarse y se fue al banco a cobrar.
Ese banco era un infierno, ya que era el único que abría la tarde. La cola era infinita. Mientras Mateo se acomodaba en el final de ésta, vio como Francisco y su padre entraban por la puerta y un policía los hacía pasar a un cajero. A veces envidiaba mucho a ese chico.
Luego de una hora eterna de cola, Mateo llegó al cajero. Cuando entregó el cheque al empleado, éste lo miró con cara extraña. Revisó el cheque, una, dos veces, y se lo devolvió. Por no sé qué problema el cheque era inválido, y tenía que volver al día siguiente. A Mateo le dieron ganas de empezar a gritarle a la gente. Como no ganaba nada con eso, salió resignado del banco y se fue a encontrarse con su novia Paola. Estaba enamorado de esa chica desde primer año y nunca había tenido el valor de decírselo. Ese año, luego de juntar mucho valor se lo había confesado, y tras remar bastante tiempo finalmente había logrado ponerse de novio con ella. Muchos estaban con una chica diferente cada fin de semana, pero a él solamente le importaba la chica de cabello castaño lacio y esos enormes ojos verdes que en ese momento lo miraba desde la hamaca de la plaza.
Pasó una hora con ella, la acompañó a su casa y luego emprendió viaje a su práctica de basquet, a la cual, como no era de extrañar, llegó tarde. Tuvo que correr y hacer más abdominales y flexiones que sus compañeros. Trató de esforzarse al máximo y al final consiguió su lugar en el plantel para el juego del domingo.
Volvió caminando cansado a su casa, y llegó a eso de las 9.30. Cuando estaba por abrir la puerta de su hogar vio algo verde a sus pies que le llamó la atención. Eran dos tréboles de 3 hojas. Los alzó y se los metió en el bolsillo.
Esa noche se bañó, ayudó a sus hermanos con las tareas, hizo las suyas, cenó con su familia, lavó los platos y se fue a dormir. Cuando entró a su habitación -que compartía con sus hermanos- se encontró con los dos tréboles de 3 hojas. Una idea iluminó su mente. Cortó una hoja de uno de los tréboles, y le pegó con cinta dos hojas del otro trébol. Había formado un trébol de 4 hojas. Pensó en todo lo que él, apenas un chico de 18 años, podía lograr por sí mismo.
-¿Quién dijo que yo no tengo buena suerte?
Sonrió a su trébol encintado y lo guardó en la mesita de luz.
Era una mañana común y corriente, nada más que tenía la adrenalina de la prueba de Filosofía. En todos los recreos se sentaba en el pasillo a repasar. ''Ojalá que no me toque la prueba más difícil'' pensaba, ya que debido a su mala suerte era mucho pedir que le tocara la fácil. Ah sí, el profesor hacía algunas pruebas iguales para los chicos, y también hacía una prueba más difícil y otra más fácil, para agregarle interés al proceso evaluativo.
Llegó la última hora, y con ella el terror de los alumnos de sexto. La prueba. Se sentaron todos separados en la galería del colegio y el profesor fue repartiendo una a una las pruebas a sus alumnos. Cuando llegó al lado de Mateo, se frenó un rato y le entregó la fotocopia con una media sonrisa. Mateo, imaginándose el motivo de esa sonrisa, tomó la hoja con las manos temblorosas y leyó. ''Evaluación parcial de Filosofía. Tema: VAS A PARIR CHANCHITOS''. A Mateo se le cayó el alma a los pies. Definitivamente tenía mala suerte, mucha mala suerte. Se puso a leer las consignas y empezó a trabajar. A los 10 minutos, Francisco, el idiota ricachón del curso se levantó con aire importante y fue lentamente a darle la prueba al profe. Seguramente había pagado para que le toque la más fácil.
Al fin y al cabo le fue bastante bien, había estudiado mucho. Siempre lo hacía, porque quería conseguir de esta forma el futuro que a sus padres les costaba brindarle.
Ese día salió a las 12. Apurado, corrió al super a comprar ingredientes para cocinarle algo a sus hermanos ya que sus padres trabajaban hasta tarde. Llegó a su casa a eso de las 12.50, y rápidamente cocinó unas milanesas para que sus hermanos se pudieran marchar al colegio.
Una vez que sus hermanos partieron, Mateo se cambió de ropas y se dirigió a la obra en construcción en la cual estaba trabajando como albañil para reunir fondos para ir a la Universidad al año siguiente. Terminó a eso de las 5, volvió a su casa a bañarse y se fue al banco a cobrar.
Ese banco era un infierno, ya que era el único que abría la tarde. La cola era infinita. Mientras Mateo se acomodaba en el final de ésta, vio como Francisco y su padre entraban por la puerta y un policía los hacía pasar a un cajero. A veces envidiaba mucho a ese chico.
Luego de una hora eterna de cola, Mateo llegó al cajero. Cuando entregó el cheque al empleado, éste lo miró con cara extraña. Revisó el cheque, una, dos veces, y se lo devolvió. Por no sé qué problema el cheque era inválido, y tenía que volver al día siguiente. A Mateo le dieron ganas de empezar a gritarle a la gente. Como no ganaba nada con eso, salió resignado del banco y se fue a encontrarse con su novia Paola. Estaba enamorado de esa chica desde primer año y nunca había tenido el valor de decírselo. Ese año, luego de juntar mucho valor se lo había confesado, y tras remar bastante tiempo finalmente había logrado ponerse de novio con ella. Muchos estaban con una chica diferente cada fin de semana, pero a él solamente le importaba la chica de cabello castaño lacio y esos enormes ojos verdes que en ese momento lo miraba desde la hamaca de la plaza.
Pasó una hora con ella, la acompañó a su casa y luego emprendió viaje a su práctica de basquet, a la cual, como no era de extrañar, llegó tarde. Tuvo que correr y hacer más abdominales y flexiones que sus compañeros. Trató de esforzarse al máximo y al final consiguió su lugar en el plantel para el juego del domingo.
Volvió caminando cansado a su casa, y llegó a eso de las 9.30. Cuando estaba por abrir la puerta de su hogar vio algo verde a sus pies que le llamó la atención. Eran dos tréboles de 3 hojas. Los alzó y se los metió en el bolsillo.
Esa noche se bañó, ayudó a sus hermanos con las tareas, hizo las suyas, cenó con su familia, lavó los platos y se fue a dormir. Cuando entró a su habitación -que compartía con sus hermanos- se encontró con los dos tréboles de 3 hojas. Una idea iluminó su mente. Cortó una hoja de uno de los tréboles, y le pegó con cinta dos hojas del otro trébol. Había formado un trébol de 4 hojas. Pensó en todo lo que él, apenas un chico de 18 años, podía lograr por sí mismo.
-¿Quién dijo que yo no tengo buena suerte?
Sonrió a su trébol encintado y lo guardó en la mesita de luz.