Sonó el despertador. Tirando un par de manotazos al azar, Francisco lo pudo apagar. Eran las 5.30 de la madrugada, el muy idiota no se había dado cuenta de cambiar la hora de la alarma y había dejado la que había usado el día anterior para levantarse a estudiar. Como todavía faltaba rato para tener que levantarse se volvió a dormir.
* * *
-Che Fran, ¿te olvidaste de poner el despertador?
Francisco se levantó de un salto. Miró la hora en su celular. 6.50. Suspiró, aliviado; estaba con tiempo de sobra para preparase para ir al cole. Se levantó, se cambió, bajó a la cocina donde un desayuno imperial lo estaba esperando, preparado por su mucama; comió hasta llenarse, se cepilló los dientes, preparó su mochila y se fue al colegio en su auto propio. Llegó demasiado temprano así que dejó sus útiles en el aula y se fue a charlar con sus amigos a la galería.
La mañana transcurrió normal. Lo único diferente de ese día escolar era la prueba de Filosofía. Eran pruebas super difíciles y el profesor además, por diversión, hacía dos pruebas distintas a las otras, una más fácil y otra más complicada; a éstas las mezclaba y le tocaban al que le tocara; así de simple, al azar, a la suerte. Francisco no había estudiado porque estaba confiado en que le iba a tocar la prueba fácil, y en caso de que no le ocurriera seguramente el profesor le iba a hacer gancho y le iba a poner una buena nota, al fin y al cabo todos hacían lo mismo. Se preguntarán por qué, y la respuesta es simple: el padre de Francisco era el hombre más rico de toda la zona, y además de eso tenía bastante poder político. Su familia era propietaria de una empresa petrolera y de la mayoría de los campos y negocios que daban trabajo a mucha gente de esa región. Por eso todo el mundo era bueno con él, lo trataban bien y demás. A veces se sentía triste porque no sabía si la gente era de esa manera con él por su padre o porque él les caía bien, pero más allá de eso admitía que su vida era mucho más fácil gracias a su apellido. La cuestión era que no había estudiado nada de Filosofía, pero sabía que le iba a ir bien.
Llegó la hora de la prueba, y como Francisco había predicho, le tocó la más fácil. Tenía que desarrollar un par de conceptos pavos, así que guitarreó la mayoría de la evaluación. Tenía un 8 o un 9 asegurado. Terminó, se levantó y fue caminando entre todos sus compañeros -que estaban concentradísimos en sus pruebas- preguntándose a quién le habría tocado la prueba más difícil. Llegó a donde estaba el profe y le entregó la hoja con aire satisfecho. En realidad ni siquiera sabía para qué iba al colegio, si tenía el futuro servido en bandeja por su papá.
Ese día salía a las 12. Llegó a su casa y se sentó a ver tele mientras Marta, la mucama, le hacía de comer. Esta vez lo deleitó con un pollo con salsa de cuatro quesos, acompañado con puré y verduras al horno. Finalizada la comida, se retiró a su habitación y se echó en su cama de dos plazas a dormir una buena siesta.
* * *
Eran las 5 de la tarde. Francisco iba en su auto acompañado por su padre. Se dirigían al banco, a cobrar el premio de la lotería con el cual iban a pagar el viaje a Bariloche. Era un banco muy concurrido ya que abría por la tarde. Cuando llegaron, se encontraron con un mar de gente. Las filas eran interminables. Igual eso no era problema para el padre de Francisco, que llamó a un guardia y en seguida estaban siendo atendidos en una ventanilla.
Al salir del banco, llevó a su padre de nuevo a la empresa familiar y fue a encontrarse con Paulina, una chica de 5° año con la que había empezado a salir el fin de semana anterior. Bah, ''salir''. Hasta que se aburriera y consiguiera otra. A Francisco no le costaba mucho conseguir chicas, ya que era bastante fachero y sumado a quién era, las chicas prácticamente lo buscaban a él. Estuvo con ella hasta aproximadamente las 7 y algo, momento en que la llevó a su casa y se fue a su práctica de basquet. Ese día no hizo mucho, se sentía cansado y además siempre lo ponían en el plantel.
Llegó a su casa a eso de las 9, bajó del auto y al hacerlo miró hacia el piso y vio algo que le llamó la atención. Se había caído un trébol de cuatro hojas de su bolsillo. Extrañado, lo alzó y se lo llevó adentro.
Se bañó, hizo sus tareas, cenó y se fue a dormir. Cuando entró a su pieza vio que el trébol estaba arriba de su almohada.
''Sí, definitivamente tengo buena suerte'', pensó, y guardó el trébol en su mesita de luz.